martes, 20 de mayo de 2014

Despidiendo a Jerzy Ortíz Ponce

Por Yohali Reséndiz


Ya es 20 de Mayo, cuando alguien me dice que hace unas horas la Procuraduría Capitalina le entregó el cuerpo de su hijo a Leticia Ponce. Imposible irme a la cama sabiéndolo y no darle un abrazo. Así que, envié un whatsapp. No hubo respuesta. Me armé de valor y le llamé, al primer timbrazo se escuchó un: discúlpame Yohali, ya te iba a llamar. ¿Dónde estas?, le pregunté. Muy cerca de mi casa, -respondió con voz serena- y me dio como referencia el edificio iluminado de Relaciones Exteriores en la calle Ricardo Flores Magón casi esquina con Reforma.

-Conocí a Leticia Ponce y Josefina García, mamás de Jerzy Ortíz Ponce y Alejandro Said Sánchez García, de 16 y 19 años, respectivamente, horas después de la desaparición de sus hijos. Las entrevisté para Cadena Tres y Grupo Imagen porque es obligado ceder el micrófono a quienes buscan a sus hijos. -A pesar de que hubo quienes no lo consideraban "tan relevante"-.

Me he negado andar por la vida con memoria selectiva recordando solo aquello que me conviene, -eso pensaba yo mientras manejaba casi a la una de la mañana. Además, tenía ganas de estar ahí y sostener que estoy y estaré siempre que me necesiten, no solo en lo profesional sino en todo lo demás. 35 minutos después, al llegar, me distinguí de todos porque iba vestida de negro y era el único punto oscuro de al menos 250 personas que vestían de blanco - y aunque no iban vestidas del color de luto, aquel blanco infundía el mismo respeto y significado- ahí estaban amigos, familiares y vecinos del Barrio de Tepito que despedían a uno de los 13 jóvenes secuestrados en el after~hours Heaven de la zona Rosa, el 26 de mayo del 2013 y que horas después los 13 fueron torturados y asesinados a sangre fría por estar en el lugar equivocado, -aunque haya quien se empecine en lo contrario-.

La escena siguiente no es distinta a cualquier funeral de los que he asistido en toda mi vida, quizá lo distinto es que nadie contaba chistes ni reía -como suele suceder en la mayoría de funerales donde el desmadre impera y los borrachos de quinta no respetan nada-.

El güisqui y la cerveza en lata circulaba de mano en mano, mientras el vaho y humo de los cigarros formaban una nube espesa en las carpas que ellos mismos montaron para resguardarse del frío que, como el dolor, calaba hondo.

-Alguna vez escribí que lo más doloroso de perder a un ser querido es la manera en cómo lo perdemos y sigo pensando lo mismo. Nunca será igual despedir a un ser querido que muere de viejo o de una enfermedad propia de su edad, que despedir a un ser amado a quién torturan y asesinan sin razón alguna. Jamás será igual despedirse de alguien que salió de casa y jamás regresó o despedir a alguien que murió en manos de la negligencia o la estupidez. Creo que por eso, los círculos como las heridas nunca cierran igual y aquel ciclo de "naces, creces, te reproduces y mueres" se queda trunco y el vacío se apodera del alma aunque se siga vivo-.

Conforme iba avanzando la madrugada, fui reconociendo rostros de algunas otras madres de los "jóvenes del Heaven" como les bautizó la prensa insensible y amarillista. Ya adentro en la sala principal una ola de calor me golpeó la cara, mientras que de nuevo, frente a mis ojos el blanco predominaba por los dolientes y por las 345 rosas blancas -lo sé porque las conté- las 91 lilis holandesas y las 123 margaritas que enmarcaban el cajón de madera brillosa con herrajes dorados donde descansaba Jersy.

Yo simplemente me detuve en medio, ahí estaba yo frente a una madre que tuvo las agallas de organizar al barrio de Tepito y cerrar uno de los ejes más importantes de esta ciudad para que las autoridades hicieran caso y comenzarán la búsqueda de sus hijos desaparecidos. Ahí frente a mí, sostenida en pie por las mismas circunstancias estaba una mujer que evidenció que las autoridades minimizaron lo ocurrido de que no eran solo un par de jóvenes que habían huído de casa sino varios los desaparecidos que habían estado en un mismo lugar. Ahí frente a mí estaba, una madre que "de alguna manera descansaba" por tener de regreso a su "bebé". Yohali, leí en sus labios, sonrió y caminó hacia mí con los brazos abiertos y yo caminé hacia ella, la abracé como se abraza a una hermana y pude sentir como Lety respiró hondo y relajó sus músculos. No hubo palabras. Silencio. "Gracias por venir" -por favor, no agradezcas nada. Yo estoy aquí para ustedes, respondí-.

Me acerque al féretro y me persigné, ahí una fotografía, una moto a escala de Hot Wheels, una bala con la punta al cielo que nunca contó una historia, dos botellas de güisqui (reserva especial), un collar con una medalla del Ying y el Yang (o lo que es lo mismo, con el símbolo de el ascenso y descenso de una nueva vida), un oso hecho con margaritas y una veladora en forma de ángel de la guarda que se resistió a encender, eran las cosas que habían encima de Jerzy.

-Dicen que en el hospital, la cárcel y en un sepelio de alguien querido están contigo las personas a quienes les importas y coincido. Es en esos lugares donde el amor, la lealtad y la fidelidad arropan y hacen fuerte al que sea para enfrentar lo que venga y no es una suposición sino una realidad-.

Así que al menos cada 15 minutos los amigos de Jerzy visiblemente afectados formaban un cuadrado y hacían guardia con respeto mientras que un grupo de siete mariachis - también vestidos de blanco- formaron una media luna alrededor del ataúd y comenzaron a tocar acordes con los instrumentos de viento y cuerdas y sus voces cantaron la letra de "Sabes una cosa..." del compositor Rubén Fuentes. Fue entonces cuando al igual que las notas de las guitarras mis lágrimas comenzaron a rodar y a quemar mis mejillas.

"Doy gracias al Cielo por haberte conocido, por haberte conocido doy gracias al cielo y le cuento a las estrellas lo bonito que sentí, lo bonito que sentí cuándo te conocí....Sabees, sabeees una cosa -ahí justo en esa estrofa, mi pecho se comprimió y un escalofrío recorrió en milésimas de segundo mi cuerpo y acabó en la punta de mis pies-, y supongo que eso mismo les ocurrió a los demás porque también lloraban. Y ahí estaba hundida en un sillón, la reportera y a la vez amiga, la ciudadana, mujer y mexicana indignada sintiendo dolor por Lety cuando de repente sentí una mano en mi hombro y levanté la vista, era Josefina, madre de Said, -el mejor amigo de Jerzy y también, secuestrado en el Bar Heaven y asesinado- quién al levantarme me abrazó y me dijo: "mi hija me dijo que estabas aquí", y me llevó a la calle donde me invitó un par de cigarros y un café.

Ya afuera, seguí reconociendo rostros y ellos a mí, se acercaban a saludarme con gusto y respeto, -madres de los otros jóvenes asesinados- familiares que conocí y entrevisté mientras cubría "la nota informativa" ahí estaba yo, en medio del dolor de un barrio que se ha prometido no olvidar y yo también me he prometido lo mismo.

Fue entonces cuando me di cuenta que mi corazón estaba tan partido como el de Lety y Josefina....tan partido como la luna de ayer.

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